Padre Pío
“¡Tomaré sobre mí vuestras penas!”
…padre Pio siempre decía a los hermanos: “Tomaré sobre mí sus penas”. No creas que yo ame el sufrimiento por sí mismo, dijo a su hija espiritual Cleonice Morcaldi, “lo amo y lo pido a Jesús por los frutos que produce: da gloria a Dios, salva las almas, libera aquellas del Purgatorio. ¿Y qué más puedo desear?”
“¡Oh Señor, cuántas miserias, cuánto dolor! ¡Dame los sufrimientos de estos pobrecitos!” (según testimonia padre Alberto D’Apolito). Y así sucedía: este es el origen de aquellas abundantes gracias que a través de su intercesión una multitud de personas ha obtenido.
“Aquellas gracias él las pagaba con el sufrimiento de las llagas” (dice un religioso) “con la sangre derramada y con la continua ofrenda de sí mismo”.
…el padre ayudaba y “llevaba” uno a uno. Sobretodo rezaba por cada uno y se ofrecía por cada uno: le costaban mucho las almas para abandonarlas a sí mismas (decía su confesor).
“Cuando el Señor me consigna un alma, yo me la pongo sobre los hombros y no la dejo más.”
“A mis hijos yo los veo, los sigo, los asisto continuamente.”
Los estigmas
El 20 de septiembre de 1918, recibe los estigmas, sintiéndose profundamente indigno. Ciertamente esta multitud de personas se siente atraído de estos signos impresionantes del Crucificado imprimidos en su carne, que interpreta, justamente, como un ancla de salvación enviada del Cielo para una humanidad perdida en una época de tinieblas. No nos sorprende que el Cielo haya elegido un seguidor de Francisco, un fraile Capuchino, orden religiosa que tiene como símbolo los brazos cruzados, ambos con las manos clavadas (la de Cristo y la de Francisco).
….toda la vida en pocos metros entre su celda, el altar y el confesionario del convento…ha celebrado solamente la Santa Misa y sobretodo ha confesado de 15 a 19 horas diarias e incansablemente ha rezado por horas y horas…Especialmente después de los estigmas…escribe en Junio de 19919: “todo el tiempo, especialmente para desatar los lazos del demonio en sus hermanos. Bendito sea Dios” (Ep. I, pp. 11, 45, 46)
En la Misa…
De los escritos de Cleonice Morcaldi, la hija predilecta de Padre Pío, aquello che ocurría cada día, a las 5 de la mañana, durante aquella misa:
- ¿Qué hacía la Virgen a los pies de Jesús Crucificado?
“Sufría viendo sufrir a su Hijo. Ofrecía sus penas y los dolores de Jesús al Padre Celestial para nuestra salvación”.
- ¿Qué hace Jesús en la Comunión?
“Se deleita de su criatura”
“¡Soy yo quién me reposo en El!”
- ¿Cuánta gloria da a Dios la Santa Misa?
"Infinita gloria"
- ¿Qué beneficios recibimos escuchándola?
“No se pueden enumerar. Lo verán en el Paraíso”
El encuentro de Padre Pío con Karol Wojtyla
“Una mañana de abril del 1948 participó de aquella liturgia un joven sacerdote polaco, don Karol Wojtyla (…), elegido Papa, el 5 de abril del 2002 escribirá que el evento de aquella misa “quedó en mí como una experiencia inolvidable. Se tenía conciencia que aquí sobre el altar, en San Giovanni Rotondo, se realizaba el sacrificio del mismo Cristo, el sacrificio incruento y, al mismo tiempo, las heridas sangrantes sobre las manos nos hacían pensar a todo aquel sacrificio, a Jesús crucificado”.
Una nueva, grande y apocalíptica visión
(…) el 7 de abril, el padre refiere al director espiritual una nueva, grande y apocalíptica visión que va transcrita y leída atentamente, porqué contiene el primer preanuncio de la misión a la cual padre Pío es llamado. Así pues, se le aparece Jesús aún “melancólico y desfigurado” que le muestra “una multitud de sacerdotes” y “diversos dignatarios eclesiásticos”.
¿Porqué? “Jesús sufría mucho. Su mirada se dirigió hacia esos sacerdotes; pero poco después, casi trastornado y como si estuviese cansado de mirar, retiró la mirada y cuando la realzó hacia mí, con grande horror mío, observé dos lagrimas que le corrían. Se alejó de aquella turba de sacerdotes con una gran expresión de disgusto sobre el rostro, gritando: “¡Carniceros!” Y dirigiéndose hacia mí, dijo:
“Hijo mío, no creas che mi agonía haya sido de tres horas, no; yo estaré por causa de las almas por mí más beneficiadas, en agonía hasta el fin del mundo (…). Aquello que más me aflige es que éstas a su indiferencia, agregan su desprecio, incredulidad (…). Jesús continuó aún, pero aquello que dijo no podré jamás revelarlo a criatura alguna en este mundo. Esta aparición me causó tal dolor en el cuerpo, pero aún más en el alma, que por toda la jornada estuve prostrado y hubiese creído morir si el dulcísimo Jesús no me hubiese ya revelado (…)”
Acá padre Pío deja la frase en suspenso, con los puntos finales. Pero la lógica del dialogo hace pensar que Jesús le haya revelado que tendría que vivir por largo tiempo, ¿evidentemente para llevar adelante el cumplimiento de su misión? Poco antes está la reserva del padre sobre un secreto que “no podrá revelar a criatura alguna”, pero que obviamente es referente a la dramática situación presente y futura de la Iglesia (…) y que Padre Pío es llamado a una prolongada misión para mostrar el verdadero rostro del sacerdocio en un tiempo tenebroso.
(…) “ellos deberían ayudarme en la redención de las almas, ¿en vez quién lo creería? De ellos debo recibir ingratitud y desconocimiento. Veo, hijo mío, muchos de ellos (…)” (a este punto el padre dice que Jesús fue tomado por sollozos) “que bajo aspectos hipócritas me traicionan en comuniones sacrílegas (…)
Padre Pío inflamaba los corazones con su amor a Jesús
En el diario de su hija espiritual, Clionice Morcaldi, cuenta:
“El Padre me habló de Jesús, de su Amor. Sus palabras eran como centellas que encendían un delicioso fuego en mi corazón. Un amor tan fuerte y suave, que nunca había sentido en mi vida hasta ese día. Bajé al pueblo para saludar a mamá, yo estaba sola y me sentía acompañada… Me sentía en un mundo nuevo, Dios mío, ¿pero quién es este Padre? ¿Qué tiene para atraer como un potente imán y encender tanto el corazón? (Positia IV, p.177).
La dulzura del Amor Divino
En una carta a su padre espiritual (Ep.I, p.675), Padre Pío escribe:
“…no podría nunca más resignarme, a estar separado de vos por falta de amor (…) pueda yo gozar eternamente las bellezas soberanas de vuestro divino rostro. Que nunca oh querido Jesús yo pueda perder tan grande tesoro, que vos sois para mí. Mi Señor y mi Dios está muy viva en mi alma, aquella inefable dulzura que se derrama de vuestros ojos.” (17 de octubre 1915)
Antonio Socci, Il Segreto di padre Pio, BUR, 2007